Ella - Marta González

Y entonces el corazón se para, torturado por las cuchilladas que a cada momento arremeten contra él sin piedad. Y ella, siempre en el filo de la navaja, siempre sonriente, siempre ELLA, se pone rígida y cae a la húmeda alfombra natural del bosque con un golpe seco. Entonces no es sólo su corazón el que se para, también el tiempo; veo cómo cada brizna de hierba se encoge y dobla por el peso de su siempre grácil cuerpo, y el bosque entero parece suspirar por ella, siempre bella, dentro y fuera de esa máscara que creía que era lo material. Su oscuro pelo se desliza por sus mejillas hasta quedarse a la altura de sus ojos, que ahora estaban apagados, sin luz, sin esa mirada traviesa que siempre figuraba en ellos. Y, en honor a la joven chica que acaba de caer, los árboles dejan escapar sus hojas, que ondean alrededor de su frío e inerte cuerpo, hasta que una de ellas, la más hermosa, se posa suavemente sobre la palma de su mano abierta.

Cuentan que mi grito llegó hasta el cielo y alertó a las nubes...

Poco después comenzó a nevar. Una nieve blanca y pura como ella misma.

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